Caaveiro es un monasterio medieval en ruinas, encaramado en un nido de águilas en la boscosa ladera de una de las montañas por entre las que fluye el río Eume, en una estrecha garganta, entre las fragas que llevan su nombre. Por una angosta carretera que las atravesaba, y que no tardó en volverse pista embarrada y más tarde sendero abrupto, varias clases de secundaria anduvimos hasta el lugar bajo una fría lluvia de finales de octubre, con la intención de tratar de captar el gusto de la escenografía romántica.
A pesar de aquella lluvia, el tiempo que hizo contribuyó al propósito con el que habíamos caminado durante cinco kilómetros por los bosques hasta llegar a las ruinas. Allí la atmósfera era, cuando menos, muy parecida a la de las leyendas de Bécquer, en particular a las de “El Miserere” y “El monte de las ánimas”: El panorama que se divisaba, con jirones de niebla flotando entre los árboles que cubrían las montañas, bajo un cielo gris plomizo, y el río en el fondo del cañón, era magnífico. Compensó, desde luego, la caminata, aunque no tanto el chaparrón que nos caló hasta la médula al regresar. También eran preciosas las ruinas del monasterio, medio cubiertas por los musgos y líquenes, entre la neblina, aunque no pude ver las de los molinos que había más abajo. La ida y la vuelta, sin embargo, también fueron bonitas, porque entre los árboles que rodeaban la carretera se podía ver un precioso paisaje de montañas, pinos y bruma, aparte del río Eume, a cuya vera íbamos. En conclusión, incluso con la lluvia y con el frío, mereció la pena.
Borja Araujo Arce 4ºA